viernes, 19 de octubre de 2018

DOÑA METAMORFOSIS



Aquel lunes, el correo me trajo entre otras cosas, un pescadito de oro y una carta gris que era negra, anaranjada y verde. Provenía del País de las Ventanas, donde viví hace siglos con Doña Metamorfosis. Leí la carta a gritos para despertar a mis huéspedes, las momias, quienes se pusieron felices al escuchar la noticia: Doña Metamorfosis llegaría el próximo viernes en el tren de las ocho.

El lunes se convirtió en martes y el miércoles en jueves; durante ese tiempo las momias se afanaron desempolvando sarcófagos, lavando cristales, puliendo cubiertos y echando sus vendajes sucios en la lavadora.

El viernes en la madrugada todo estaba listo para recibir a la visitante; compré rosas marchitas y me vestí de negro, un taxi me dejó en la entrada de la estación Buenavista, donde el duende de mi corazón saltó al suelo y siguió saltando entre los pies innumerables. El tren era un saurio largo, sudoroso y cansado después de su viaje. Los pasajeros eran lunas, marionetas, pájaros metálicos. Al final del andén, entre la multitud, pude reconocer a Doña Metamorfosis, acompañada de su inseparable secretaria, Una Escobita Ruiz.

Doña Metamorfosis… ¿Cómo describir a tal personaje? Su rostro es otro rostro y otro rostro y otro rostro, sus manos son pulpos y espejos y aguaceros. Nos dimos un abrazo y diez mil besos, de nuestras espaldas brotaban alas que eran sillas y eran árboles inmensos.

De la estación caminamos rumbo a casa y a nuestro paso todo cambiaba: las nubes eran puertas y las puertas elefantes; Doña Metamorfosis me miraba y nuestras carcajadas se convertían en hojas secas. Recorrimos panteones y palacios y hemisferios. Al pasar por un jardín, los niños envejecieron, y las hermosas doncellas fueron monstruos del pecado contabilizando incestos. Entramos al registro Civil que antes había sido iglesia y que algún día sería cantina; ahí, Doña Metamorfosis cambió su nombre por el de Muertemorfosis. Era casi medianoche cuando llegamos a mi casa: todo estaba en ruinas. Las momias se habían convertido en mariposas y revoloteaban alrededor de los floreros. Muertemorfosis y yo nos miramos fijamente, y ella fue vértebras y polvo y luego… nada.

Desde entonces paso los fines de semana a solas, aburrido, jugando al ajedrez con mi propia sombra.


Coyoacán, 1989.

2 comentarios:

Iliana Díaz Anguiano dijo...

No lo conocía y me gustó muchísimo, estoy sonriendo como boba.

Unknown dijo...

Exelente blog quedé encantada 😍