El domingo nos
sonríe, enorme y anaranjado... pocos saben que detrás de su rostro benévolo,
está el monstruoso lunes, azul y negro, todo fauces y malsanas intenciones.
El lunes salta
esquivando todas las trampas, sus pies de lumbre trazan figuras en el desierto
rojo que bulle de insectos. Casi siempre, el cielo del lunes se llena de
aviones que le entran por los ojos y le salen por la boca. De sus orejas salen
calamares de malvavisco, instantáneos y resplandecientes, que al desaparecer
dejan un rastro de nubes.
El jueves,
elegante pero discreto, nos mira desde su escondite con un puro apagado entre
los labios y una pelota de esponja en la palma de su mano derecha.
El martes no
existe: es el lunes disfrazado.
El viernes es
una pequeño ataúd donde duerme la crisálida del mundo. Una fuerte descarga
eléctrica rompe los cristales del cielo y la crisálida se retuerce, sedienta de
mieles y oporto. Afuera las diosas tejen, en silencio, los sueños de todos los
hombres.
El sábado es un
chocolate envenenado, un tren lleno de explosivos, una ninfa infectada y
petulante que baila semidesnuda en la penumbra. Sin embargo, a partir del
mediodía le brotan gajos, labios besantes, racimos de alfileres que encienden
por dentro los corazones más secos.
El miércoles es
un acorazado navegando las aguas del amanecer. En su interior carga especias,
telas finas del oriente: y en un camarote secreto: la Bella Durmiente sueña
pesadillas. El último miércoles de nuestra vida siempre será feliz y
ronronearemos al sol, despidiéndonos del mundo sin saberlo.
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