jueves, 26 de junio de 2014

REY CARMESÍ


Una vez más Fripp afina la guitarra. Catorce horas diarias de ensayo durante meses: los dedos esquían, ascienden, hacen piruetas inverosímiles… por las noches Fripp sueña que toca la guitarra. 

Llega la noche del concierto, se apagan las luces del escenario. Nosotros, silenciosas orejas gigantes, aguantamos la respiración. Suenan las primeras notas, el bajo viene de África, la batería del Infierno, los teclados de Saturno. Una luz cenital baña a Fripp quien acaricia la guitarra y poco a poco convierte al universo en el más exacto reloj, en la prueba irrefutable de que Dios existe y es melómano. 

Al final, después de veinte rolas y veinte minutos de aplausos, la guitarra guarda a Fripp en su estuche y sale por la puerta trasera, hacia la noche.

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